“EL LIBRO MÁGICO DE SALVALEÓN”
Un cuento creado por los niños y niñas del colegio Fernando Serrano Mangas de Salvaleón
Erase una vez un niño de 7 años llamado FERNANDO SERRANO MANGAS. Vivía en un
pueblo muy bonito llamado Salvaleón y en muchas ocasiones se le podía ver correteando por
las calles en busca de aventuras. Por ejemplo, se imaginaba que aparecía un león por la calle y
que él tenía que salvar a todos los habitantes. ¿Por qué, sino, se llamaba así el pueblo?, se
preguntaba. “¡Cuidado, todo el mundo a sus casas, que anda un león por aquí!”, exclamaba. Y,
claro, en el pueblo ya sabían que Fernando era así y le respondían: “¿Otra vez inventando?
Bueno, vale, nos vamos a casa, a ver si aparece ese león que dices”. Se lo tomaban así de bien
porque le querían mucho y siempre les hacía pasar buenos ratos con sus historias.
A Fernando también le gustaba mucho leer y andaba con su cabecita metida entre libros de
fantasía, de misterio, de magia… Solía pasar muchos ratos en la biblioteca de su colegio y
siempre encontraba algún cuento interesante, de esos que no se pueden soltar porque quieres
saber lo que sucederá después.
Hasta que un día, a Fernando le pasó algo INCREÍBLE. Tan increíble que en el pueblo todavía lo
recuerdan.
Estaba Fernando en la biblioteca del colegio leyendo tranquilamente cuando escuchó un ruido
extraño.
-¡Flasssss! Flasssss!
¿Qué era eso? Parecían las páginas de un libro que se movieran sin que nadie las tocara.
-¡Flasssss! Flasssss! ¡Flasssss! Flasssss!
Fernando se asustó un poco.
De pronto, un libro enorme empezó a sobrevolar la biblioteca como si fuera un pájaro de
enormes alas.
-¡Ahhhhhhhhhhhhh! – gritó.
El libro aterrizó sobre la mesa donde se encontraba él, se abrió solo y las páginas empezaron a
pasarse solas.
Fernando intentó calmarse. Eso era un libro mágico, no había ninguna duda. Con mucho
cuidado, Fernando tocó el libro y las páginas dejaron de moverse. Buscó la portada y leyó:
“EL GRAN LIBRO DE LOS HECHIZOS”
-¡Ooooohhhhh! –exclamó.
El autor del libro no era otro que un MAGO que había creado el colegio, muchos años atrás.
Fernando se pasó toda la tarde mirando el libro y se dio cuenta de que pasaba algo extraño:
algunas páginas estaban cambiadas de sitio, y, además, faltaban algunas. ¿Qué estaba
pasando?
Antes de salir de la biblioteca, Fernando decidió esconder el libro para poder leerlo al día
siguiente. Tenía mucha ansia de seguir leyendo y de descubrir por qué faltaban páginas y
algunas no estaban donde tenían que estar.
Al día siguiente, volvió a la biblioteca. Estaba solo. Con mucha emoción se dirigió al lugar
donde había guardado el libro y…
¡OH, NO! ¡El libro no estaba en su escondrijo!
Se puso a mirar por toda la biblioteca, libro arriba y libro abajo. ¡Nada! ¡Ni rastro del libro de
los hechizos!
De pronto, oyó unas risas suaves, una especie de “Ji, ji, ji” muy tenue.
¿Qué estaba pasando en la biblioteca del colegio? Era muy extraño…
-¡Pssst! ¡Pssst! ¡Somos nosotros! –dijeron una vocecitas.
-¿Cómo? ¿Quiénes sois? –preguntó Fernando.
-Venimos del reino del Aguacate. Somos los Puchainas –respondieron todas las vocecitas a la
vez.
¿El Reino del Aguacate? ¿Puchainas? Fernando no tenía muchas ganas de asustarse, pero se lo
estaban poniendo muy difícil.
Cuatro mitades de aguacate con cara simpática se situaron sobre una de las mesas de la
biblioteca y le hicieron una señal a Fernando para que se acercara.
-El libro que estás buscando no se encuentra muy lejos de aquí, pero tendrás que pasar una
serie de pruebas para encontrarlo.
-¿Pruebas?
-Sí, tendrás que resolver unos acertijos sobre animales… Si lo haces bien, El Gran Libro de los
Hechizos volverá a tus manos.
Los puchainas parecían divertirse mucho.
-Tienes que adivinar qué animal canta en la orilla, vive en el agua y no es un pez ni una cigarra.
Difícil, pensó Fernando. Pero buscando entre los libros de animales encontró la respuesta.
-¡La rana!
-¡Bieeeeeennnnnnn! –exclamaron los puchainas. –A ver este otro acertijo: “Parece que
desaparezco, pero lo único que hago es cambiar de color”.
-¡Lo sé! –respondió Fernando. –¡Es el camaleón!
-¡Genial! –respondieron los puchainas. –Pero el que viene a continuación es más complicado…
Dice así: “Puedo nadar como un pez y tengo forma de pieza de ajedrez”.
¿Dónde buscar esta información?, pensó Fernando. ¡Claro, en un libro sobre animales de los
mares y los océanos!
-¡El caballito de mar –respondió.
-¡Estupendo! –gritaron los puchainas.
-¿Y el libro? –preguntó Fernando.
-Te vamos a responder con otro acertijo –dijeron los puchainas. –“En Barcarrota encontraron
una biblioteca secreta y aquí tienes una pista muy concreta”…
¿Barcarrota? Fernando recordó que en el pueblo vecino habían encontrado unos maravillosos
libros antiguos cuando estaban haciendo obras para arreglar una casa. Al derribar una pared,
allí estaban. Pero, ¿podía pasar lo mismo en la biblioteca del colegio?
Se le ocurrió una idea: ir dando golpecitos en las paredes para ver si alguna sonaba hueca. Tal
vez allí podía encontrar El Gran Libro de los Hechizos.
¡Toc, toc! ¡Toc, toc! ¡Toc, toc!
Probó en unas cuantas paredes. Nada. Ya casi se estaba desanimando cuando, de pronto, una
de las paredes produjo un sonido hueco.
-¡Debe estar aquí dentro! –se dijo Fernando.
Pero, claro, no podía derribar la pared. ¿Qué pensarían los del colegio? Se enfadarían mucho…
¿Cómo hacerlo? Entonces, Fernando recordó uno de los hechizos que había leído en el libro.
Explicaba cómo hacer una tortilla sin romper el huevo. ¿Era eso posible? Según el libro, sí. ¿Se
podía atravesar una pared sin romperla? Tenía que intentarlo…
-A ver, el hechizo decía algo así como “TE ROMPES SIN ROMPERTE, TE ABRES SIN ABRIRTE, TE
MUEVES SIN MOVERTE”.
Nada.
-Algo he hecho mal…- se decía. –Voy a probar cambiando el orden: “TE MUEVES SIN MOVERTE,
TE ABRES SIN ABRIRTE, TE ROMPES SIN ROMPERTE”.
Nada.
-Está claro que no lo estoy diciendo en el orden correcto. A ver así: TE ABRES SIN ABRIRTE, TE
ROMPES SIN ROMPERTE, TE ABRES SIN ABRIRTE”.
¡ZUUUUUUMMMMMMM!
¡De la pared de la biblioteca surgió El Gran Libro de los Hechizos! Y la pared volvió a cerrarse
como si nunca nadie la hubiera tocado. Los puchainas aplaudieron muy fuerte y, ¡plop!,
desaparecieron riendo muy fuerte.
Fernando no podía estar más contento. Ya volvía a tener en sus manos el maravilloso libro.
Se pasó toda la tarde hojeándolo y puso en orden todas las páginas: las que estaban
equivocadas volvieron a estar en su sitio y se dio cuenta de que no faltaba ninguna. Lo que
había pasado es que el MAGO que lo había escrito era un poco despistado y no las había
ordenado bien.
Fernando quiso compartir su secreto con todos los niños y niñas, y maestros y maestras de su
colegio. El Gran Libro de los Hechizos se hizo famoso. Y también se hizo famosa la biblioteca
del colegio… casi tanto como la biblioteca secreta de Barcarrota.
Algunas veces El Gran Libro de los Hechizos hace de las suyas. Desaparece durante un tiempo y
luego vuelve a aparecer. Niños y niñas dan toquecitos a las paredes de la biblioteca del colegio
para ver si se esconde tras ellas. Pueden pasar días, semanas, años… sin que se sepa de él.
Pero, de pronto, ¡zas! Se le puede ver en alguna estantería, entre libros de cuentos, de recetas
de cocina o de manualidades.
Es por ello que muchos niños y niñas se pasan horas en la biblioteca porque el libro puede
aparecer en cualquier momento y, a veces, se ha escuchado el ‘flasss’, ‘flasss’ de las páginas
que se pasan solas. ¿Es magia? Puede que sí…
Fernando se hizo mayor, siguió estudiando y siempre recordó su maravillosa aventura en la
biblioteca del colegio. La verdad es que dejó huella y por este motivo el colegio lleva su nombre:
FERNANDO SERRANO MANGAS.